Tarde surrealista, cámara lenta, la camioneta se desplaza como detenida por algo, no no es el freno de mano, es el tiempo, es esa arena del reloj que se nos escapa de las manos. Un alto, el semáforo en rojo y en la esquina una chica que pelea por mensajes de texto, niega con la cabeza al tiempo que va leyendo y presiona las teclas del celular de tal forma que pareciera desquitar su rabia con él... ¿Con quién se escribirá? me quedo pensando... El semáforo en verde, seguimos en el curso surrealista, la música a paso lento, las voces que se juntan, me recuerdan un poco al gospel. Calle de baja velocidad y encuentro en sentido contrario a un ciclista con un brazo enyesado, con el otro sostiene el manubrio y con el enyesado escribe un mensaje por celular mientras aparta su vista del camino... no me pregunto ni por un segundo la razón de la fractura...
Finalmente, la noche va cayendo en este extraño y lento devenir del tiempo, del atardecer en un día cualquiera, caluroso, lleno de bochorno y caos. Un alto más y en un portalito se encuentra sentado un chico alto y muy delgado, moreno claro, está recargado, como vencido, con la espalda jorobada y las rodillas casi en los hombros. En el semblante se le nota una decepción y una desesperación absoluta, ve la hora, se recarga aún más y es entonces cuando puedo ver que en las manos lleva un pequeño ramo de rosas blancas, caidas y cabizbajas como su ánimo, las va dejando al raz del suelo, la mirada perdida, el reloj de nuevo... y creo que lo más bizarro y extraño de todo es que mientras la decepción del chico se hace más grande y las rosas raspan más el suelo, en la taquería de la esquina -sí, de esas de casita de metal, con un foco y el trompo- se escucha extrañamente una canción de Justin Timberlake...
martes, 4 de mayo de 2010
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